Dijo alguien una vez que los programas de televisión son esas molestas interrupciones que hay entre anuncio y anuncio. La verdad, tal y como está el panorama televisivo patrio (salvo honrosas excepciones) es mucho más fácil divertirse, emocionarse y disfrutar con un comercial que con, pongamos, el último pestiño de la inefable y chabacana Aída o los lamentables y vergonzosos Hombres de Paco.
Esto es así desde hace muchos años. Un servidor siempre ha tenido a gala ver poca televisión pero no por pedantería o falsa pose moderna, sino por mero instinto de supervivencia. En realidad, yo sería mucho más feliz si me gustara Salsa Rosa (o el programa que lo sustituya ahora), Los Serrano o Gran Hermano: mantita, cervecita y tele son un plan estupendo en invierno. Pero no, soy de natural gilipollas.
Así que desde tiempos inmemoriales me dedico al noble arte del zapeo por los anuncios. Ahora menos, la verdad, desde que disfruto de conexión a Internet (¡¿quién quiere televisión teniendo la Red!?); pero sí recuerdo conversaciones con un par de amigos en los que comentábamos los últimos anuncios, los más espectacular, divertidos... Luego, en la Universidad, hice un trabajo sobre publicidad y me pasé horas viendo anuncios, publireportajes y demás; acabé saturado, pero me lo pasé en grande.
Y fue haciendo aquél trabajo cuando recordé que tengo un trauma infantil. Bueno, tener debo tener como milochocientostreintaiypico pero, en lo que a anuncios se refiere, sólo uno. Creo.
En una de aquéllas larguísimas sesiones de visionado de publicidad vi uno de Marbú Dorada, aquella galleta María con patas negras que decidía terminar con su vida arrojándose al fondo de un vaso de leche. (¡Eso sí es morir con clase!) Resulta que en el anuncio se decía algo así como “¡moja la galleta en leche y seguirá CRUJIENTE!”. Así, dicho con mayúsculas, con énfasis, dejando bien claro que las Marbú doradas hacen crack en cualquier circunstancia...
Pero a ver, ¿quién coño quería que las galletas estuvieran crujientes? Yo veía muy felices a los niños de los anuncios y me autoflagelaba porque me creía diferente, raro (con el tiempo he descubierto que somos mayoría, pero el trauma sigue ahí). Yo pensaba: Si quiero que la galleta esté crujiente, pues no la mojo, ¿no? Entiendo que una galleta que sigue crujiente tras bañarla en leche no ha absorbido nada de líquido... Entonces, ¿cuál es el sentido de mojarla? Lo que uno buscaba al mojar la galleta era que se empapara de leche, que cogiera su sabor y el del Cola Cao (o similar).
No queríamos que se pusieran blanduzcas ni mucho menos que se desmenuzaran dentro de la leche (¡Oh god! ¡Eso sí que era horrible! Podía incluso convertir un soleado día de primavera en horrible desde las 8 de la mañana). Porque en realidad, el moje de galleta en leche es como la cocción de la pasta: tiene un punto exacto en el que está ‘al dente’. Un segundo más estropea la galleta; un segundo menos chafa la diversión. Hay que buscar el equilibrio exacto, ese momento en el que la galleta sigue siendo consistente pero se deshace en la boca. Comerse unas galletas en ese concreto estado de perfección es una de esas cosas que hace que la vida valga la pena.
Por eso había que dedicarle muchas horas de entrenamiento al arte del moje de galleta en leche. Y por eso nos cabreábamos cuando nuestra madre decidía comprar otra marca: cada una era distinta, con un bañado de huevo diferente, una permeabilidad única y una consistencia propia. No era fácil cogerles ese punto exacto, de la misma manera que no es lo mismo cocer pasta al huevo, fresca o coloreada...
Seamos sinceros. Los anuncios de galletas del siglo pasado eran todos completamente erróneos y equivocaban las necesidades del cliente final: el niño. Todos los publicistas coinciden en que las necesidades de los clientes no se crean, sino que existen, y que su labor únicamente es potenciarlas, hacerlas evidentes y atractivas. Cuando un producto fracasa puede ser porque se han detectado mal las necesidades del ‘target’ al que va dirigido o porque la campaña publicitaria no ha incidido en las ideas fuerza del producto: ha equivocado las necesidades.
Paraos un segundo a pensar. ¿Cuántos anuncios de galletas veis en televisión? ¿Uno? ¿Ninguno? La galleta como eje del desayuno y la merienda de varias generaciones de españoles ha desaparecido y ha sido desplazada definitivamente por otros productos. Así, el arte del moje de galleta en leche también se está perdiendo y ya son pocos los que enseñan a sus hijos la depurada técnica que lleva a disfrutar plenamente de tu Marbú Dorada.
¿Mi teoría? El estrepitoso error cometido en los 80 y 90 con las campañas publicitarias de las galletas han hecho que el producto deje de ser atractivo para el cliente.
Por cierto, a mí en realidad las galletas que más me gustaban eran las Campurrianas... ¿Y a vosotros?
sábado, 5 de enero de 2008
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